Haï es un encargo de Gaétan Picon para su colección «Les sentiers de la création» de la editorial Skira. Jean-Xavier Ridon recuerda que un año antes, en 1970, Roland Barthes publicaba en la misma colección El Imperio de los signos, que presenta al Japón como «un système de signes élaboré à partir de l’idée qu’il se fait de ce pays» (Ridon, 2010, 80). Haï no es una ficción e incluye, alternando con el texto, fotos de diversos objetos pertenecientes al autor: estatuillas, calabaza, canasta tejida así como clisés de paisajes, que oponen el arte indígena y la ​​ sociedad de consumo.

Haï cuenta la experiencia, a comienzo de los años setenta, de la vida compartida por Le Clézio con los indios Emberas y Waunanas, habitantes del Darién, lugar sin infraestructura, en la selva tropical de Panamá. Para los indios, el mundo se dividiría entre dos fuerzas: «Hai», el título, significa «la actividad, la energía» y la otra fuerza «wandra, la sumisión, la dominación, la posesión» (H, 143). Sin embargo, Le Clézio «n’entend pas qualifier [sa démarche] d’anthropologique » (Cavallero, 2005, 19). El lector tiene, sobre todo, la impresión de encontrarse frente a un tratado de semiología dedicado a los Amerindios de Panamá, pero redactado desde el interior por un autor empático. Marina Salles observa que las tradiciones indias no inspiran ficciones a Le Clézio (Salles, 2006, 292) y lo hacen «sortir de l’histoire» (Salles, 2006, 305). En efecto, este mundo indio ya se encuentra tan alejado de nuestra realidad que resulta inútil inventarle una historia, un relato ficticio. Nos encontramos, gracias a él, fuera de la historia y también anclados en un fuera de tiempo. El autor precisa que su libro, sin haber tenido la intención, se encuentra estructurado como el «déroulement du cérémonial de guérison magique» (H, 7). Las tres etapas que Le Clézio nombra con mayúsculas son Iniciación «Tahu sa, l’œil qui voit tout» (H, 9), Canto «Beka, la fête chantée» (H, 47), y Exorcismo «Kakwahaï, Corps exorcisé» (H, 92). Se trata, entonces, de un libro iniciático. La frase más perturbadora del libro y que da el tono de lo que vendrá es «Un jour on saura peut-être qu’il n’y avait pas d’art, mais seulement de la médecine» (H, 7). La itálica invita a comprender la palabra en el ​​ sentido inglés de brujería, al punto que la expresión «medicine man» significa sanador, chamán, brujo, entre los Indios de América. Las prácticas descritas en Haï, que Le Clézio presenta como actos a la vez lógicos y naturales en comparación con los de las sociedades de consumo, incluyen rituales de alteración de consciencia, cantos y el arte como tratamiento mental o corporal. Le Clézio retoma este ritual y su aprendizaje con chamanes en La Fête chantée.

Gérard de Cortanze, en su libro-antología, titulado J.-M.G. Le Clézio, cita dos páginas de Haï (29-31) que sólo hablan del silencio, de la magia del silencio (Cortanze, 2009, 91-92). Se trata de un silencio pesado, «dense» (H. 31), de la selva y del río que se opone al alboroto de las ciudades y a las charlatanerías inútiles de los hombres. Marina Salles retiene el respeto de la libertad y la ausencia de censura que caracterizan a los Amerindios. Ella muestra que Le Clézio opone esa libertad a las reglas morales de las sociedades occidentales reglamentadas, en particular con respecto a las mujeres. (Salles, 2006, 85). En efecto, la mujer india posee la «liberté de fuir l’homme qu’elle a cessé d’aimer, de chercher un homme qui lui plaît, de boire les décoctions de plantes abortives ou d’empoisonner son enfant à la naissance si elle n’en veut pas». (H, 25).

«Je ne sais pas trop comment cela est possible, mais c’est ainsi, je suis un Indien» (H, 5): esta declaración en forma de íncipit, escrita en el entusiasmo causado por el descubrimiento de la civilización india, ¿era excesiva? Recordemos que el niño que va al África en Onitsha* se vuelve africano y que Le Clézio llama a su padre «L’Africain» en el libro así titulado. Para Le Clézio, vivir en un lugar y una cultura afecta necesariamente al escritor abierto y empático. Se impregna tanto del lugar como de las personas y se vuelve africano o amerindio. Se adapta de forma extrema, adoptando todas las costumbres, sin jamás conceder al exotismo fácil. Las prácticas que, en general, apasionan a los lectores ávidos de exotismo no le interesan particularmente al autor: la toma de mescal, de peyotl o de chicha no tiene mayor efecto sobre él, sostiene (H, 5). Que no se espere el acceso a un mundo mágico mediante plantas alucinógenas. Lo que él aprende entre los Indios sobrepasa la visión física de un mundo más acorde con la naturaleza; esta le brinda la certeza ​​ que existe otra filosofía de vida, otra manera de percibir y de sentirse, de estar en el mundo. Del mismo modo cuando afirma: «quand j’ai rencontré ces peuples indiens, moi qui ne croyais pas spécialement avoir de famille, c’est comme si tout à coup, j’avais connu des milliers de pères, de frères et d’épouses» (H, 5), deja entender que se sintió incluido sin juicios de valor, con tolerancia, admitido en la familia humana, lo que pocas veces sucede en el mundo occidental individualizado y discriminatorio. El mensaje que Le Clézio conserva de su encuentro con los indígenas es un mensaje de tolerancia y de respeto de las diferencias. Regresará en lo sucesivo, en La Fête chantée y « L’Obs » (Le Nouvel Observateur), a su declaración de identidad indígena, de la que reconoce sus límites: «Naturellement, après être parvenu à un certain niveau d’entendement, il m’est devenu clair que je ne pouvais aller plus loin» (FC, 22). No obstante, reitera el hecho de que su encuentro con tres brujos, chamanes, adivinos y el rito de la fiesta cantada lo ha cambiado «complètement, a modifié toutes les idées qu’[il] pouvai[t] avoir sur la religion, la médecine, et sur cet autre concept du temps et de la réalité qu’on appelle l’art » (FC, 22).  ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ 

En sintonía con el espíritu de «Les Sentiers de la création », Haï aborda la cuestión del arte y muestra que la percepción y la aprehensión del mundo del arte difiere entre los indios con respecto al ​​ mundo occidental: «Pas besoin de livres assurément, ni de tableaux : tout homme est un livre, est un tableau» (H, 50), o « la musique indienne ne cherche pas à être belle. Elle est seulement un bruit dans le concert des autres voix : cris des oiseaux, cris des singes hurleurs, cris du chien» (H, 136). Cada uno puede expresarse de manera artística entre los indios y no existe elitismo del arte ni exigencia de técnica artística. De hecho, la finalidad del arte es diferente entre el mundo occidental y el de los indios. El arte indio tiene una finalidad religiosa de superación individual, de comunión: «par le chant, les Indiens sont peut-être les seuls à avoir réalisé l’idéal zen» (H, 78). El canto se relaciona con la magia, hechiza, comunica con las fuerzas ocultas (H, 79). El canto se evapora después, tal como se crean en la arena los mandalas tibetanos para ser luego borrados. A los indios no les molesta lo perecedero del arte. El ego no entra en juego, ni la ambición, ni el deseo de continuidad, contrariamente, dice Le Clézio, a la concepción occidental del arte, en la cual «la compétition obligatoire a fait des artistes ces soudards et ces aventuriers, qui ne voulaient vivre que pour la gloire, dans l’espoir de la survie de leur nom» (H, 105). La comparación entre mundo indio y mundo moderno ofrece un esclarecimiento sobre este último y Le Clézio lo formula como un mandato: «La rencontre avec le monde indien n’est plus un luxe aujourd’hui. C’est devenu une nécessité pour qui veut comprendre le monde moderne» (H, 11). Le Clézio opone el misterio, lo elemental, lo vivo, la naturaleza y el universo, al supuesto progreso de la modernidad. El hombre indio forma parte del universo, al contrario de los occidentales que se han distinguido y separado de él por motivo de su lenguaje y de sus diversas producciones. De hecho, el lenguaje humano es sospechoso para los indios. Le Clézio describe los gestos, las miradas y el silencio, tres elementos que adquieren una calidad específica entre los Emberas. Los gestos son repetitivos, sin precipitación, y crean la belleza, las miradas se posan sin juzgar, sin pretender comprender ni interpretar, y predomina el silencio de la jungla. Le Clézio detesta la contaminación sonora de nuestras ciudades, las publicidades agresivas y las palabras inútiles: «Quand on a appris à parler, que reste-t-il ? Apprendre à se taire, voilà» (H, 34). Insinúa que las culturas occidentales desbordan con tantos estímulos, invitaciones, llamados, que es imposible escapar de su poder. A diferencia del indio, que «n’est pas agi, [...] n’est pas soumis» (H, 34).

Con Haï, Le Clézio quiso dar a conocer una manera de aprehender el arte, extranjera a la civilización occidental. Haï incluye múltiples aspectos artísticos que los indios no consideran como arte, sino simplemente como la vida, y que no se encierran en un museo. En el mismo orden de ideas, por invitación del museo del Louvre en 2011-2012, Le Clézio reunió para la exposición «Le Musée Monde» obras múltiples, que abarcan artes efímeras, arte vivo y objetos de arte o artesanía. Durante un período de tres meses se programaron películas, danzas, músicas, espectáculos y encuentros de artistas provenientes de horizontes y de culturas distantes, Haití, Vanuatu, México o Chicago, para sobrepasar las categorías, borrar las jerarquías, anular las cronologías y dar vida a la magia.

 

Isabelle Constant

Traducción Francisco Aiello

 

 

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

ARMANET, François, « Entretien : Les Amérindiens et nous, par J.-M.G. Le Clézio », Bibliobs, 9-10-2008, http://bibliobs.nouvelobs.com/essais/20081009.BIB2169/les-amerindiens-et-nous-par-le-clezio.html ; http://www.louvre.fr/sites/default/files/medias/medias_fichiers/fichiers/pdf/louvre-dossier-presse-clezio.pdf, consulté le 25 mars 2016 ; BARTHES, Roland, L’Empire des signes, Genève, Skira, coll. Les sentiers de la création, 1970 ; CAVALLERO, Claude, « J.-M.G. Le Clézio ou l’Écriture transitive », Nouvelles Études francophones, vol. 20, Nº 2, Automne 2005, 17-29 ; DE CORTANZE, Gérard, J.-M.G. Le Clézio, Paris, Gallimard/Cultures France Éditions, 2009 ; LE CLÉZIO, J.-M.G., Hai, Flammarion, coll. « Champs », 1987 ; La Fête chantée et autres essais de thème amérindien, Paris, Gallimard, coll. Le Promeneur, 1997 ; PIEN, Nicolas, Le Clézio, La quête de l’accord originel, Paris, L’Harmattan, 2004 ; RIDON, Jean-Xavier, « L’île perdue : entre invisibilité et nostalgie », dans Le Clézio, passeur des arts et des cultures, Léger, Roussel-Gillet, Salles, dirs, Rennes, Presses Universitaires de Rennes, 2010, p. 75-91 ; SALLES, Marina, Le Clézio notre contemporain, Rennes, Presses Universitaires de Rennes, 2006.