Canción bretona, seguido de El niño y la guerra

Está confirmado: Jean-Marie Le Clézio no escribirá más memorias, como aquellas de Chateaubriand, que erigirán su estatua para la eternidad, ni tampoco un libro de recuerdos cronológicamente organizado: «les souvenirs c’est ennuyeux» (Cb,13). El autor de Chanson bretonne y de L’Enfant et la guerre sabe muy bien cuánto « la mémoire est un tissu fragile, facilement rompu, contaminé par les récits, les photos, les films » (E&G,125). Es el sentir de « Je n’ai pas de souvenirs d’enfance » de Georges Perec (1993, 13). De las formas canónicas de la autobiografía, Jean-Marie Le Clézio prefiere los cuentos, « des récits qui mêlent la vie, l’imaginaire, les légendes » (Le Figaro, 2 avril 2020, p. 21) y procede más bien, como Montaigne, « à sauts et à gambades » (1962, 973), mezcla el presente, diferentes estratos del pasado, incluso se siente cercano al misterio del tiempo inicial en ciertos lugares « où les siècles se touchent » (Cb, 79) : la landa en Penmarch’ o el sitio de las piedras alzadas. El rechazo de la cronología es tan imperioso que los dos relatos, en formato díptico, componen una remontada en el tiempo: las vacaciones en la región bigouden del preadolescente de sensaciones fundadoras y el despertar de la consciencia del pequeño muchacho, del infante que aún no dispone de las palabras para nombrar lo que vive en Niza y en Roquebillière durante la Guerra. De la luz y de la dejadez de los veranos en Bretaña, toda la familia reunida, en la prisión gris de la Costa Azul: otra paradoja. ¿Cómo hablar del niño que fuimos sin traicionarlo? cuestionaba J.M.G Le Clézio durante la emisión de La Grande librairie. Encontrando, como él lo hizo en estos dos cuentos, las sensaciones, las imágenes, las impresiones, las caras, los destellos de la época feliz – o dolorosa –, toda una memoria afectiva y sensorial, fragmentaria pero preservada, que la escritura reaviva, prolonga y transmite: « Même si j’ai le regret de ce qui a disparu, reste l’impression d’ivresse et de bonheur total d’avoir connu ces paysages, cette fermière, ce patron pêcheur qui peignait des tableaux le dimanche. Tout cela était tellement étonnant que j’ai envie que ça continue et le seul moyen pour moi, consiste à l’écrire. »  (Le Figaro, ibid.)

De esta manera Chanson bretonne revive el pueblo de Santa Marina en la desembocadura del Odet, en los años cincuenta, a pesar del « vernis de modernité provinciale » (Cb, 16) que el tiempo ha despojado: un hábitat ya mixto, donde las casas de granito colindan con las villas adineradas de los parisinos, los muebles « venus du fond des âges» y la vajilla tradicional en la granja de los Naour, los rituales – la búsqueda de la leche en los jarrones esmaltados, la toma de agua de la bomba común, confiados a los niños –, la fiebre de la cosecha y de la trilla, la fiesta en el castillo del Cosquer convidada por una marquesa enigmática de la cual no percibimos más que la pálida sombra detrás de una ventana, entre Sylvie y Le grand Meaulnes. El texto restituye los colores, « l’or » el dorado de la toja, « les lacs roses et rouges des bruyères » (Cb, 78), los olores de las macroalgas, de la landa, y « l’odeur âcre de la poussière de blé » (Cb, 53) en el tiempo de las cosechas, el sabor de las crepas espesas, de la sidra al tiempo, y el sonido del biniou (gaita bretona), esta música que, tal cual « la petite madeleine » de Proust (1987, 44-47), « porte l’éternité de ce lieu », y posee la magia de revivir « tout ce qui a disparu » (Cb, 55). Los “chamacos” bretones que frecuentan el pequeño Jean-Marie y su hermano los iniciaron a la pesca de pier en el río sobre la marisma, a cocer los mariscos/las conchas en la playa; los llevaron a los paseos en bicicleta sobre caminos cóncavos burlándose gentilmente, en bretón – para ellos el idioma de las vacaciones – del hablar de los « ar parizianer ».

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Este libro es un himno al idioma bretón, donde el autor introduce numerosos vocablos que conciernen el paisaje, los objetos de la vida cotidiana, el alimento. Esta lengua que milagrosamente recibe el padre Maunoir bajo la forma de un don para mejorar la evangelización de las campañas, si creemos en la leyenda ilustrada en el fresco de Yan D’argent en la catedral de Quimper, J.M.G. Le Clézio lamenta no escuchar más la música particular « les diphtongues, les voyelles vélaires, les consonnes chuintantes » (Cb, 28), ya que si una parte de la nueva generación, alentada por algunos cantantes reconocidos – Alan Sivell, Dan ar Braz, L’Héritage des Celtes –, ​​ retoma el bretón, no es exactamente el mismo idioma. El autor lamenta que los bretones no hayan podido resistir a las imposiciones de la escuela republicana y a un poder centralizado que conduce a la eliminación de las lenguas regionales. No es que sea nostálgico de la Bretaña de antaño, la nostalgia no es para él más que « un sentiment honorable », ya que « le présent est la seule vérité » (Cb, 86). El texto pesa junto con una lucidez no desprovista de humor las devastaciones y los beneficios del progreso de esta región: por un lado, la reducción del espacio y la deformación del paisaje debido a las construcciones del Puente sobre el Odet, de las rutas y glorietas, de las zonas comerciales, el incremento habitacional de la costa, la erradicación de los « marqueurs d’identité des minorités culturelles « (Cb, 27) »; por otro lado, el retroceso de la miseria, la higiene, la casas mejor cuidadas, la preservación de los sitios prehistóricos y los signos de esperanza por un futuro que representa el desarrollo de la agricultura biológica, el restablecimiento de los caminos según « l’école des talus » (« Skol ar kleuziou », Cb, 89), y sobre todo, la riqueza humana de esta región encarnada por Hervé y su esposa Marie-Ange, los guardianes de « la magie du lieu » (Cb, 100) a quienes el autor dedica su « chanson bretonne ». 

Las marcas de la Segunda Guerra Mundial: bunkers en la landa, sobre las playas en la punta de la Torche, el recuerdo del exceso del nacionalismo bretón que habían conducido Olier Mordrel, Roparz Hemon para aliarse con Hitler, vinculan este cuento que sigue consagrando la infancia en tiempos de guerra. Si en el relato de los primeros años de su vida en L’Enfant et la guerre, los recuerdos factuales se presentan inciertos, las sensaciones de violencia, de hambre, de confinamiento están íntimamente inscritas en el cuerpo del autor: la violencia de la explosión de una bomba, a lado del inmueble de su abuela, que entierra al niño en el suelo del baño, el hambre no ocasional sino plural (« de nourriture, d’amour, de chaleur », E&G, 126) y pulsante, « comme « un vide au centre du corps » (E&G,128), « la peur sans visage, sans nom, sans histoire » (E&G,107), la soledad y la reclusión. Remanentes, estas sensaciones inspiran al autor una gran empatía hacia los niños quienes « en Iran, en Afghanistan, en Syrie, en Palestine, au Liban » (E&G, 110) ven su inocencia y su alegría de vivir arruinadas por la guerras de los adultos. Recordando el arrebato de furor que lo conmocionó, J.M.G. Le Clézio deplora este inevitable traumatismo en los niños « nés au milieu d’une guerre » y se interroga: « Comment en guériront-ils ? » (E&G, 110). En cuanto a la experiencia del confinamiento, declara durante su entrevista con Emmanuel Kerad, que le enseñó a vivir aquello que le sería impuesto setenta y cinco años más tarde ¡a causa del coronavirus! (La librairie francophone, 20 juin 2020).

Sin embargo, el maniqueísmo no está presente en este cuento. El autor lleva a crédito de estos años negros la luz suntuosa del verano, los juegos en el Vesubio, en Roquebillière – « je crois que j’ai connu en même temps l’été et la mort » (E&G,132) – y, en la ausencia del padre que se quedó en África, el refugio a la vez « inquiétant et doux » del mundus muliebris : el calor del seno maternal, el amor y la fantasía de la abuela cuentista que inventa las historias del mono Monami para tranqulizar a sus nietos. Y, además, como en Bretaña hay bellos ejemplos de humanidad: el heroísmo cotidiano de las mujeres en tiempos de guerra, aún desconocido, el valor y la solidaridad de los habitantes de la Niza profunda que, a pesar del riesgo de las represalias, acogieron a esos fugitivos de nacionalidad británica, ayudaron a las familias judías a huir de la crueldad de los nazis. Todos, tal y como sus descendientes en la actualidad, ayudan a los migrantes clandestinos provenientes de Italia al borde del río Roya (Baudoin, 2018). Separando esas dos épocas de la juventud del escritor, hay un paréntesis ardiente en África, como un acceso a la “civilización” después de la barbarie de la guerra, y cuyas vacaciones bretonas prolongaron la magia.

El lector familiarizado con la obra encuentra en este opus de páginas que develan o confirman la fuente autobiográfica de algunas importantes escenas de sus novelas y cuentos: la amistad con un pulpo como sucede en « Celui qui n’avait jamais vu la mer », la carrera de las dorífaras que la ficción trasforma en masacre en Terra Amata, la “manada” de los gatos de Maude y la horripilante máscara de Shylok, presente en Ritournelle de la faim. Y sobre todo, la muerte dramática de Mario, joven miembro de la resistencia, cercano a los niños soldado en África, donde la matanza de los judíos en Berthemont : escenas fundadoras, obsesivas, narradas en Étoile errante e inolvidables para el autor, ya que están inscritas « dans la mémoire du pays, la mémoire de l’herbe et des bories, des oiseaux que la fusillade a effrayés […] » (E&G,139). En esos dos cuentos indisociables, pues condensan toda la complejidad de la vida, reuniendo horas sombrías y momentos de gracia y de alegría, Jean-Marie Le Clézio deseó « retrouver le temps à la fois bref et long de l’enfance » (Cb, 29) no por lamentarlos, sino ​​ para esclarecer el presente, para que continue vibrando en él y “resuene” en la sensibilidad del lector.

Marina Salles

Traducción Yrma Patricia Balleza Dávila

(2022)

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

BAUDOIN, Edmond & TROUBS, Humains, La Roya est un fleuve, préface de J.M.G. Le Clézio, L’Association, 2018 ; CHAUDEY, Marie, « Au creuset de l’œuvre du Nobel », La Vie, 2-8 avril 2020, p. 1 ; CROM, Nathalie, « De la musique avec les mots », Télérama, 26-03 2020, p.36-37 ; DEVARRIEUX, Claire, « L’appel de la lande. Chanson bretonne de Le Clézio », Libération, 21-22 mars 2020, p. 25-27 ; DUSSARD, Thierry, « Le Clézio, le magicien celte », Le Télégramme, 29 mars 2020, p. 1-4 ; DUTHEIL, Cécile, « Un enfant aux terres mêlées », En attendant Nadeau, 29 avril 2020 ; LECLAIR, Bertrand, Le Clézio enfantin, Le Monde des livres, 17 avril 2020, p. 23 ; LE CLÉZIOJ.M.G., Chanson bretonne, suivi de l’Enfant et la guerre, Paris, Gallimard, 2020 ; « Celui qui n’avait jamais vu la mer » in Mondo et autres contes, Paris, Gallimard « folio »,1982, p.165-188 ; Terra Amata, Paris, Gallimard, 1967 ; Étoile errante, Paris, Gallimard, 1992 ; Ritournelle de la faim, Paris, Gallimard, 2008 ; « La Bretagne est le seul pays stable de ma vie », Propos recueillis par Isabelle Spaak, Le Figaro, 2 avril 2020, p. 21 ; « La Bretagne est ma terre natale », Entretien avec Florence Pitard, Ouest-France, 18 avril 2020, https://vannes.maville.com/actu/actudet_-entretien.-le-clezio-la-bretagne-est-ma-terre-natale-_region-4075190_actu.Htm ; Émission La Grande librairie, « Autour de J.M.G. Le Clézio, », François Busnel, France 5, 11 mars 2020 ; Émission La Librairie francophone, entretien avec Emmanuel Kerad, France Inter, 20 juin 2020 ; MONTAIGNE (de), Michel, Les Essais III, chapitre 9 «  De la vanité », Œuvres Complètes, Paris, Gallimard , 1962 ; PEREC, Georges, W ou le souvenir d’enfance, Paris, Gallimard « L’imaginaire », 1993 ; PLANES, Jean-Marc, « Les Refrains de l’enfance », Sud-Ouest, 15 mars 2020 ; PROUST, Marcel, Du côté de chez SwannÀ la recherche du temps perduŒuvres complètes, Paris, Gallimard, « La Pléiade », 1987 ; RASPIENGEAS, Jean-Claude, « Cadastre de la disparition », La Croix, 2 avril 2020, p. 1- 4 ; STEINMETZ, Marcel, « J.M.G. Le Clézio à la recherche de son enfance enfouie », L’Humanité, 16 avril 2020, p. 16.